23 de abril de 2009

Juego infantil y Teatro

Según Isabel Tejerina, “la primera aproximación del niño al fenómeno del teatro, obviamente sin ninguna conciencia de ello por su parte, se produce en el juego espontáneo. Lo teatral en su sentido amplio y geniuno surge de modo natural en su actividad lúdica. El teatro, medio expresivo que desde hace treinta siglos ha servido al ser humano para dar salida a necesidades básicas, entre ellas la de revivir hechos reales, simbolizar arquetipos y convertir en ficción preocupaciones y deseos, está presente en el juego de los niños que siguen sembrando cada día su semilla. Efectivamente, en la actividad que más y mejor les define ensayan papeles que no les corresponden, inventan situaciones para su satisfacción, hacen teatro, bien es cierto que elemental y en un sentido restringido, pero tan auténtico como la elaborada ceremonia de una compañía profesional y, en ocasiones, más verdadero.”[1]
El niño descubre el teatro en el juego. De manera espontánea ensaya roles, realiza una representación elemental dirigida a sí mismo y a sus compañeros de juego para expresar en un lenguaje dramático su conocimiento y experiencia del mundo y su afán de exploración del mundo de los adultos y de su propio yo. Así, el ser humano se revela como criatura teatral.
“La raíz del teatro está en el juego. El teatro en su esencia, despojado de formalizaciones históricas y significados parciales, es siempre una clase de juego, aquel que consiste en «detener el tiempo y volver a plantear en un espacio mágico las situaciones primordiales», como observa López Tamés.
Una simulación que recrea la vida y mediante la cual el ser humano, al identificarse con los personajes que lo representan en el escenario, al encarnar otros papeles, adquiere un conocimiento de sí mismo, más hondo que el alcanzado en la experiencia diaria, y entiende un poco más a quienes le rodean. (…) En el juego del teatro, las cosas no representan lo que son sino que expresan símbolos, se constituyen signos teatrales para actualizar en la escena personas, objetos, situaciones ausentes y, en todas sus formas, se recrea la vida mediante el lenguaje dramático, el lenguaje de la acción.” [2]

Para Tejerina, “nadie como el niño es capaz de vivir la ficción con tal entrega y profundidad. Esta vivencia está alimentada por el ensimismamiento, fuente de placer, capacidad para concentrarse en el juego, muy disminuida en los adultos, más preocupados por lo que ha de suceder a continuación que por disfrutar el momento”.[3]
Según esta autora, es posible considerar la relación del juego con el teatro infantil en una doble dimensión. Por un lado, el teatro formalizado, la representación de unos actores ante un público es, en su esencia, un juego. Una clase de juego que supone la creación de una irrealidad, donde se nos presentan situaciones simuladas para ofrecernos nuevos ángulos de conocimiento y comprensión de lo que somos. En este sentido, el teatro interpretado por los niños o el que para ellos se realiza, teatro de los niños y teatro para niños, se vincula con el juego. Por otra parte, la expresión dramática infantil no espectacular, mantiene con el juego una relación natural y originaria en el juego simbólico, y una relación pedagógica y creadora en el juego dramático, al plantearse como juegos las actividades de expresión que utilizan el teatro como medio de desarrollo personal.
El juego, actividad exploratoria, abierta y dinámica, que indaga nuevas combinaciones y propicia la iniciativa y creatividad del niño es el componente fundamental de la expresión dramática infantil, de la actividad destinada a ensayar otras posibilidades de ser y de actuar. Tal exploración lúdica se realiza de modo espontáneo en el juego simbólico o de forma organizada en la escuela en el juego dramático y en el teatro de los niños.

[1] TEJERINA, ISABEL. Dramatización y Teatro infantil. Dimensiones psicopedagógicas y expresivas. Siglo XXI de España Editores. Madrid, España. 1994 Pág. 7
[2] ÍDEM. Pág. 26
[3] ÍDEM. Pág. 27